POR BERNARDO SALDAÑA
*A cien años del nacimiento del
poeta se recuerda su legado democrático.
*Octavio Paz logró el Premio
Nobel de literatura con El laberinto de la soledad
Es difícil definir el significado de la poesía.
Más fácil es definir al poeta, sobre todo por nombre y apellido, describirlo
por su propia obra, por su creación, por su visión del mundo. Confieso que he
blasfemado, no una sino mil veces mil, y otras mil veces mil he corregido mi
ignorancia, mis sentimientos atormentados. He reconocido a la persona, al
lugar, su origen y su destino. Siempre de la mano del poeta, de un poeta, como
Virgilio.
En Octavio Paz, reconozco su obra. Más de un
libro suyo he leído, más de un poema puedo deletrearlo, más de un concepto he
adoptado, por ejemplo el del Ogro Filantrópico;
puedo referir más de un ensayo, más de una novela. Sin embargo, en “El Arco y
la lira”, algo que pudiera parecer un buen título para un buen libro, también
me parece filosofía, de la más excelsa. El arco tenso entre las manos, tiene un
carácter de guerra, la flecha es destino irremediable y las cuerdas son de muerte,
pero también de vida porque esas mismas cuerdas en la lira toman otra esencia,
otra posición, son de canto y son de Paz. Lo que cambia es la disposición.
Así interpreto la diferencia entre el arco y
la lira. Sin embargo, Octavio Paz afirma en esa obra suya que “La poesía es
conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo,
la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es
un método de liberación interior”. Creo yo, en consecuencia de cambiar el mundo,
también es reencuentro, en acto solemne y sublime.
A un siglo del nacimiento de Octavio Paz, su
legado es universalmente reconocido. Reconozco al poeta, reconozco que he
blasfemado, sin embargo también reconozco su literatura, en cualquiera de sus géneros
y sobre todo reconozco una herencia invaluable para los mexicanos: es el polen
de la democracia y los procesos democráticos. Y como su propia definición de poema
y poesía no son iguales, tan distintos.
El poeta, Octavio Paz Lozano, nació un 31 de
Marzo en Mixcoac, en la ciudad de México. Fue hijo de Octavio Paz Solórzano y de
Amalia Lozano. Su abuelo paterno, Irineo Paz, había sido soldado con Porfirio
Díaz, era liberal y también escritor. El poeta Octavio Paz, por algún tiempo vivió
en casa cercana al ahora Instituto Mora, cerca de la sede universitaria que se
asienta en la casa que le dio cobijo a Valentín Gómez Farías; luego su obra
literaria, sus viajes y premios, el Nobel de literatura entre ellos. Sus
últimos días los vivió en Coyoacán, en la calle de Francisco Sosa. Reconozco
que cerca, casi junto, de lo que fue su casa de juventud; reconozco que ahí
está el parque que honra la memoria de Valentín Gómez Farías, ahí reconozco un bello
jardín que cuida y que por años ha cuidado Daniel Botello Martínez, un hombre sencillo
que sabe la historia de la casa donde vivió el padre y la familia del poeta, el
mismo poeta. Daniel Botello se sabe la historia, lo que no sabe es la posibilidad
de que el padre del poeta murió, o pudo haber muerto, en Santa Martha Acatitla,
de ser cierto es el lugar donde decidió pasar sus últimos días, después de
retirarse de la política. El padre de Octavio Paz fue abogado de Zapata, lo
representó fuera del país, en la Unión Americana, después decidió el lugar para
vivir en paz, para dejar el último aliento. Así es la poesía, el
reconocimiento, las raíces y el destino.